Era de madrugada y yo no podía dormir. Daba vueltas sobre mi cama y me metía el dedo dentro de la vagina, hasta el fondo. Estaba ansiosa: lo metía y lo sacaba, no sabía qué hacer. Fui al baño y me coloqué dentro de la tina. Estiré una toalla y me recosté. Así se me pasará esta nostalgia sexual, pensé. Encendí un cigarrillo y con la otra mano sostenía el libro de cartas de Henry Miller a Anaïs Nin. “Quiero conocerte mejor. Te quiero. Te quise cuando viniste a sentarte en mi cama –esa segunda tarde fue toda como una cálida neblina– y de nuevo oigo cómo pronuncias mi nombre, con ese extraño acento tuyo. Despiertas en mí tal mezcla de sentimientos que no sé cómo acercarme a ti. Ven a mí, aproxímate a mí, será de lo más hermoso, te lo prometo. No sabes cuánto me gusta tu franqueza, es casi humildad”.
Este tipo de textos me devuelve la fe en la humanidad, y mi corazón hace pum – pum. Pero a ese día le faltaba sexo.
Se suponía que luego de un día intenso tocaba dormir, pero me sacudía de lado a lado en la tina… ¿Me estaré enfermando? pensé. ¿Me estaré haciendo adulta? ¿Qué chucha sucede? La solución era masturbarme a la manera clásica: no había películas XXX ni conversaciones indecentes por la sex cam. Había mi mano dentro de mi calzón, ningún misterio. Quería venirme rapidísimo así que recordé al chico que huele a sándalo. Recordé su boca sobre mi cuello. La escena era esta: el sol caía sobre unas paredes anaranjadas y yo estaba de rodillas sobre una cama gritando más, más y más. Esa vez yo quería que fuera de manera tierna… Siempre quiero eso pero a la hora de la hora termino teniendo sexo duro (tres ja). Una vez Isabel Allende dijo que el punto G se encuentra en el oído: a mí me gusta que los hombres hablen, que digan su grosería en el momento exacto. Dentro del contexto es válido; me parece natural hablar lo justo y necesario.
La magia sucedió, me había venido. Rayos y luces vieron mis ojos. Ya podía dormir.
No, señorita Saturna, a dormir no. Hemos recibido energía suficiente como para escribir unas horas: ese orgasmo debe acabar en productividad. Así que le subí el volumen al iPad y escuche al Dj Steve Aoki toda la madrugada… Su música me produce alegría descontrolada, no sé qué hacer conmigo. Me dan ganas de morderme por todos lados. Con alegría, bye.