Domingo de julio hace 15 años. 6:30 de la tarde. Avenida Salvador Allende en Villa María del Triunfo
Saco la camioneta de Guillermo del garage, un poco temprano para mi turno nocturno. Siempre ando endeudado y el domingo es un día de descanso y con poca competencia. Arranco con mi primer servicio, un cincuentón con saco y pantalón de lanilla me levanta la mano saliendo de un local donde se daba una fiesta regional.
– “Maestro, ¿A Chorrillos?”
– “¿Usted solo?”… Los taxistas siempre preguntamos eso.
– “No, estoy con mi madrecita”
Una pequeña y risueña ancianita aparece entre la gente que a esa hora salía un poco zampada del tono. Ellos también estaban sazonaditos. Se suben al taxi, primero la madrecita del señor, se veía que la quería mucho y se deshacía en atenciones para su mamita. Que mamita por aquí, que viejecita por acá. Bueno, así hay hijos cariñosos y tiernos. Todo el camino el señor resultó ser un entretenido conversador, de política, fútbol, economía, en fin, de esos que te hacen más corto el camino.
Llegamos a “Buenos Aires”, un barrio que queda en las alturas de Chorrillos, donde corre mucho viento y hay que subir en espiral. Me paga y doy la vuelta a buscar mi segundo servicio de la noche. Apurado pues quería avanzar. Desciendo rápido por esos toboganes de asfalto, y llego a La Curva. Una linda parejita me levanta la manito y se acercan a mi ventana para negociar un servicio:
– “Maestro ¿Cuánto a?… ¿?… ¡Pero está ocupado!”
-“¡¡¿Qué?!!”
Siempre reviso los asientos de atrás después de un servicio. Ese día no lo hice. Miro asustado y confundido, y veo a la pequeña y octogenaria madrecita totalmente jato. Me toqué de nervios de solo pensar lo que la familia de la viejita estaría pasando por la preocupación.
Solo atiné a gritar: “¡¡LA ABUELITA!!”
Regresé mismo Taxi Dakar a “Buenos Aires” mientras mi pasajera olvidada se reía y se reía sin comprender la situación. Cuando llegué, las hijas y las hermanas del pobre hombre no dejaban de golpearlo. Se calmaron un momento al ver a su madrecita sana y salva. Pero luego de agradecerme continuaron con su escarmiento:
– “¡Cómo te vas a olvidar de mi madre!”, le gritaban y le jalaban el escaso cabello cano de su mollera.
Bueno, se han olvidado de todo en mi taxi. Solo una vez de una mamá.