Kitty y yo estamos recostadas sobre la alfombra fumándonos unos cigarros y tomando cerveza. Hace calor y ninguna ha querido salir a comprar limones para hacer chilcanos. Kitty es una floja de mierda, nunca quiere caminar. Le digo que son solo tres cuadras y ella sigue diciendo no. Estamos escuchando Bomba Estéreo y ella observa su celular, ve una noticia de Lucrecia Martel en el fanpage de Cinencuentro y se emociona… Yo le sonrío y le digo Todo bien con La ciénaga. Y mucho mejor con La niña santa. Pero Una novia errante, de Ana Katz, me conmueve cañón.
Kitty se levanta y va hacia mi habitación a buscar un encendedor, porque el suyo ya no funciona. Se devuelve, le grito yo, mientras ella se aleja por el pasillo diciendo Tengo que cagar. Yo me quedo ahí y mi vista se pierde observando los detalles de la alfombra; recuerdo lo que dijo el papá del poeta pedro Casariego Córdoba en una entrevista: “Yo tuve un hijo raro”. A veces recuerdo esa frase y no sé por qué me conmuevo tanto. Ese poeta es uno de mis favoritos, me hace sentir…
cuando un día mi nariz me dijo
que el olor de mi piel
se asemejaba cada vez más
al olor de la piel de los mendigos
que
yo
había cazado
en una vida que parecía otra
colocando trampas
ladrando una carabina
volando una muerte de flecha
desde aquel día
mi carne
atrajo mis dientes
como la hierba al caballo
mis dientes no querían obedecerme
ansiaban morder mi carne
muy pronto se desbocarían
iban a desbocarse
Kitty regresa con mi encendedor y un libro que estaba sobre mi cama. ¿De qué trata? me pregunta ella, con su rostro de curiosidad arrecha.
Días de juerga, de Jorge Irribarren, narra la historia de una chica llamada Andrea Vizconti, una chica de clase acomodada que juerguea, o sea que anda de sexo, drogas y fiestas. Pero esta novela tiene idiosincrasia, y eso es bien jodido de encontrar por estos días en Lima. No sigue ningún molde de la típica novela, es como que no cree en nada. O sea, está narrada de tal manera que ves escenas en tu cabeza y te siembra la emoción, porque desde el primer capítulo te dicen que falta dos horas, y tú te puedes preguntar “¿Dos horas para qué?”
Y, bueno, continué. Debo decirte lo siguiente, y esto te lo cuento por la confianza de los años. Hubo partes que yo leía y de pronto me encontraba con la mano en mi entrepierna. Te lo juro, este libro te calienta pero con delicadeza, tiene actitud.
Kitty se ríe y quiere que le preste la novela. Yo creo que puedes leerlo si te lo compras, le digo. Así es nena, tienes que estar más atenta para la próxima: eso te pasa por andar leyendo puro best seller.
Kitty enciende mi cigarrillo y señala a un caracol de cerámica que está en el centro de entretenimiento. Bien real, ¿no? Lo vi y me asusté, dije “Chucha, un Caracol de verdad”.
Huevona, le digo yo con ternura. Eso me lo regalaron en el penal de Lurigancho. La semana pasada estuve ahí con Cé dictando nuestros talleres de escritura. Hicimos amigos y me quedé alucinada con sus historias. El penal no es como te lo cuentan, está limpio y las personas se están esforzando por ser mejores cada día. Se organizan y tienen deseos de cambiar, eso es bonito.
Kitty acaricia al caracol, lo coloca de nuevo en su lugar. Ella se acomoda a mi lado y yo le digo que me cuente lo que me quería contar. Kitty pone cara de cojuda y me dice Sí pues, yo te quería contar algo pero me da roche. Cuéntame, le digo. Yo no tengo moral.
Me cuenta que ha tirado anoche con un chico que conoció en una fiesta, y que bailaron apretaditos: hasta ahí todo bien. Ella se calentó y él también, y en consecuencia fueron a un hostal de 25 soles y tiraron.
Kitty hace una pausa, bebe cerveza, me dice ¿Te imaginas, Saturnita? ¿Yo, Kitty, en un telo de 25 lucas y sin baño?
Qué feo, le digo yo, pero lo importante es cachar rico, ¿no?
Claro, me dice ella, pero eso no fue tan pésimo sino lo que te voy a contar: el pata la tenía chiquita, tenía que ayudarse con su mano, eso fue lo peor. ¿Cómo no me di cuenta de ese pequeño detalle mientras bailábamos?
Ja, ja, ja, me río yo, escandalosamente. Para la próxima le metes mano para que sepas y no pierdas el tiempo.
Kitty se ríe y me dice Siempre es divertido verte, idiota.