“La noche del martes reorganicé mi colección de discos. Suelo hacer esto en períodos de estrés. Algunos deben pensar que es una manera bastante aburrida de pasar la noche, pero ésta es mi vida, y es reconfortante poder sumergirse en ella, y poder tocarla”
–Nick Hornby, ‘Alta Fidelidad’
Empecé a coleccionar videos de peleas de boxeo en 1984. Había tenido un buen año en el colegio, y esa Navidad mis padres decidieron recompensar ese esfuerzo regalándome el artículo que estaba a la cabeza de mi lista de pedidos: una videograbadora.
Así que la mañana de la nochebuena fui con mi madre a una tienda de la Avenida Abancay. Ahí me estaba esperando el VHS Mitsubishi Modelo HS-700E que me acompañaría durante toda mi adolescencia. Más que su estructura metálica pesada, su contador de tiempo con diales rotatorios y los botones plateados que me permitían reproducir, rebobinar y congelar imágenes a mi antojo, recuerdo particularmente el olor a plástico sintético y a transistores nuevos que emanaba de las entrañas del aparato. En ese olor estaba contenida la promesa de armar la gran colección de videos de boxeo que pretendía empezar a compilar esa misma noche.
Tuve que esperar hasta la emisión del fin de semana de ‘El Rincón del Box’ para dar inicio a esa empresa. En una cinta Kodak de tapa amarilla que rotulé “1. Diciembre 84” grabé un especial de Roberto Durán producido por el panameño Juan Carlos Tapia. Aunque hace mucho tiempo he digitalizado ese casete pionero, todavía lo conservo en su estado original, comerciales de Faucett, Magia Blanca y la tienda Hogar (anunciada por Pilar Brescia) incluidos. Y es que entonces no sabía que al asumir la labor de coleccionista, uno desarrolla un apego tanto al contenido como al envase. Por eso, treinta años después, me siento incapaz de desechar las cintas de VHS que fui acumulando durante dos décadas (el último rótulo reza: “1,075. Agosto 2005”).
Al iniciar mi carrera como coleccionista, la única fuente de films de boxeo que tenía a la mano era el programa de los sábados en la noche de –ahora mi gran amigo– Kike Pérez. Paralelamente también grababa partidos de fútbol, especialmente los de Universitario, la selección peruana y cuanto resumen de goles internacionales fueran emitidos en la televisión.
Pero el fútbol era de fácil acceso y estaba disponible por todos lados. Mi preocupación mayor era la acumulación compulsiva de peleas de boxeo, sin importar cuán insignificante o aburrida estas pudieran ser. Luego comprendería que uno de los motores que impulsa al coleccionista es la emoción que genera el hallazgo de una rareza, esa cinta guardada en un anaquel de un archivo olvidado y cuya existencia solo es conocida por algunos privilegiados.
Pero en ese entonces, cuando terminé el colegio y me fui a vivir a Estados Unidos, solo era un aprendiz y coleccionar videos era una extravagancia que apenas calificaba como pasatiempo. Igual, frente a la amplia disponibilidad de material que encontré allá, mi compulsión fue creciendo y –ya con un nuevo VHS Panasonic que compré con el dinero de un préstamo universitario– seguí grabando muchas de las veladas que se transmitían por la televisión norteamericana (recuerdo con especial cariño las de la cadena USA en la serie Tuesday Night Fights) .
Gracias al internet, a fines de los noventa encontré que existía una comunidad de obsesos como yo que intercambiaban videos de boxeo. Pero en esa época todavía dependíamos del correo y de las copias de segunda y tercera generación en VHS con pobre calidad de imágenes. Es recién a partir del 2003 cuando gracias a mi participación activa, primero en redes de FTP (del inglés File Transfer Protocol) y luego en el santo grial de los torrents, que mi colección aumentó de manera exponencial hasta llegar a contar con cerca de 10 mil peleas.
Sin embargo, igual que no cualquier persona que acumula música en su ipod es un melómano (esto requiere una especial dedicación y compromiso), yo tampoco me considero un coleccionista de las grandes ligas. En ese submundo de los boxing film traders conozco gente cuya colección triplica la mía, y no es extraño recibir mensajes como este:
“He visto que tienes una copia de Duran vs Davey Moore en la versión de circuito cerrado, yo tengo la transmisión de CBS, podemos intercambiar por algo que te interese de mi lista”.
Conozco a un coleccionista en particular que está obsesionado con encontrar una copia de Tim Whiterspoon vs Jumbo Cummings, dos pesos pesados de los ochenta que revisten escasa trascendencia histórica. Cada cierto tiempo aparece en los foros de internet dedicados al tema y lanza su desgarradora súplica por la pelea que al parecer nadie tiene. Y conozco a otros muchos extravagantes que alardean de haber conseguido una rareza y se rehusan a compartirla con nadie.
Una característica de estas comunidades es que están conformadas exclusivamente por hombres. Parafraseando a Hornby en Fever Pitch puedo decir que en tres décadas he encontrado mujeres que saben perfectamente quiénes son Muhammad Ali o Sugar Ray Leonard, pero nunca he visto a una que tenga una inmensa colección de dvds neuróticamente ordenados por orden alfabético y en constante expansión.
He tenido breves momentos de fama en ese club exclusivo –como cuando pude conseguir del fabuloso archivo de Kike Pérez videos de combates peruanos de la década de los ochenta– y casi alcanzo un lugar en la posteridad cuando encontré una cinta rotulada “Fernando Rocco vs Bruce Strauss”.
Bruce ‘The Mouse’ Strauss era un neoyorquino que vino a pelear con Rocco en 1983, y para nosotros era un contrincante más al que el huaralino noqueó, pero en Estados Unidos era un boxeador de culto. Solo existe registro fílmico de un combate de los 136 que tiene oficialmente en el archivo histórico de BoxRec.com. Ganó su fama como journeyman o trotamundos, que peleaba –y la mayoría de veces perdía– dónde y con quién sea, y a veces sin notificación previa. En 1997 se hizo una película sobre su vida protagonizada por el actor John Savage y titulada “The Mouse”.
Ante mi estupor, descubrí que el paso del tiempo y los hongos habían echado a perder la cinta de 3/4 donde estaba grabado su combate con Rocco. Parte del compromiso de ser coleccionista es el de no claudicar en la obsesión personal de encontrar ese item que parece irremediablemente perdido. Por eso, de vez en cuando me doy una vuelta por el archivo del ‘Rincón del Box’ y le paso la mano al casete de Rocco vs Strauss. No pierdo la esperanza de que algún día algún restaurador con manos mágicas le devuelva la vida.