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Escribe Jose Carlos Yrigoyen en su Facebook:
Lo peor de muchos activistas es que están convencidos de que sus creencias son más importantes que las de los demás, que los derechos de los demás, e incluso que las leyes de países que ni siquiera son el suyo. Lo de los miembros de Greenpeace destruyendo patrimonio nacional es un ejemplo claro de lo que digo, pero hay muchos más: los activistas animalistas que atacan a la policía y queman propiedad pública en Acho, o que esperan en los alrededores de la casa de un perturbado mental que mató un gato con el objetivo de lincharlo, por ejemplo. Este tipo de acciones no pueden quedar impunes. Si el Estado peruano deja salir a los miembros de Greenpeace libremente sería una demostración de debilidad ante organizaciones que, por muchas disculpas que pidan, creen que la defensa de sus ideales son más importantes que cualquier otra cosa. El problema es que muchos de esos activistas -no todos, no quiero generalizar- son fanáticos, y el fanático está convencido de que porta la antorcha de la verdad y que con ella puede incendiar todo lo que le es un obstáculo para erigirla sobre todo lo demás. Contra ese fanatismo irracional hay que luchar siempre. La discriminación de las feministas radicales contra los transexuales masculinos en el último congreso feminista celebrado en Lima es otro ejemplo de lo que sostengo, aunque es cierto que en ese caso no ha habido un acto violento (pero no por eso es menos repudiable). Pero si una persona cree que defender los supuestos derechos de los animales justifica herir a un policía con arma punzocortante, o que está bien amenazar a una galería por exhibir un cóndor disecado por medio del terrorismo blanco, eso no puede quedar impune. Y debe haber investigaciones y esa gente debe pagar sus respectivas multas o purgar la carcelería que la ley dispone. No solo es la gente de Greenpeace, amigos: el enemigo está suelto en casa hace tiempo. Sería bueno hacer algo sobre eso.